martes, 26 de enero de 2010

Aquella época de mi vida

No es lo mismo estos dos mosqueteros que diecisiete años después. Cuando conocí al beisbolista yo tenía catorce y él tres años más. Hace un par de días cuando me encontré su invitación para agregarme al Hi5 me sorprendí, sobre todo, porque comencé a imaginármelo buscándome y localizándome en la red. Me dio ternura y luego vergüenza. Y es que, debo confesar, que a él le tocó aquella época de mi vida en la que yo tenía el mejor de los cuerpos y la peor de las almas. Y aún así me quiso. Creo que nadie me ha querido tanto, bueno, es cierto, a esa edad casi siempre se quiere así. Todos los días me llevaba flores (o las compraba o se las robaba) me escribía tarjetas, nos sentábamos en la banca de la escuela a escuchar cassettes (si, cassettes) en su walkman y me dedicaba No One Like You, aunque ninguno de los dos sabíamos inglés. Pero, sobre todo, me miraba. Se me quedaba viendo de tal manera que cualquiera creería que iba a recitarle la cura de la más rara de las enfermedades. Pero yo no sabía querer. Había tenido por casas un par de sucursales del infierno y en lugar de refugiarme en sus brazos le regalé su dosis de tormentos. Todavía me retumban en los oídos sus últimas palabras: ya déjame en paz, me tienes harto. Y tenía razón. Lo tenía harto. Me ahorraré los detalles por elemental pudor, pero créanme, en esa época yo era detestable. Cuando pasó el tiempo me prometí que, si un día podía hablar con él, me disculparía.
Me pareció, pues, que el destino me había mandado la ocasión pefecta. Entonces escribí un mensaje cordial en el que lo felicitaba por no haber dejado el beisbol y por haberse casado. De pasada, le ofrecía una breve, pero muy sincera disculpa, por haber sido, y cito, tan horrible. Le di click al botón de enviar, pero hi5 sólo dice “Lo sentimos, ocurrió un error inesperado mientras se validaba la información. Por favor inténtalo más tarde”. Hace mucho que esa página no me deja enviar mensajes, creí que esta vez, por ser una ocasión especial lo lograría, pero no, no fue así. No quiero dejar recado en su muro, no creo que sea prudente, pero no puedo enviar el mensaje privado y tampoco tengo su correo electrónico. Creo que no lo intentaré más tarde, así que supongo que el reclamo me seguirá gritoneando de vez en cuando. Estoy segura que verá mis fotos y se dará cuenta que ya no tengo la cintura de sesenta centímetros que tenía en 1992 y que estoy lejos de volverla a tener. Lo único que me gustaría es que esas mismas fotos le mostraran que, después de casi veinte años, tengo un alma mejor. Pero bueno, si se trata de deseos imposibles, mejor sería regresar el tiempo y no arrancarle corazón.

lunes, 18 de enero de 2010

Los que siguen, siempre

Es un invierno más noble que otros inviernos. Las temperaturas sobre cero grados han limpiado la ciudad de los guantes que se caen sobre la nieve que se cae sobre nosotros. Los que siguen, siempre, por todos los vagones del metro, los cruceros y los tranvías, son las personas que hablan consigo mismas. Por lo menos siete de cada diez veces que salgo me encuentro a alguien enfrascado en inacabables discusiones con interlocutores imaginarios. Hace un par de días en St. George station había un hombre que incluso hacía dos voces diferentes que se intercalaban en la conversación. Aunque casi nunca los miro, la mayoría de las veces trato de escucharlos. Repiten nombres, repiten situaciones, repiten, repiten. Es como si estuvieran atrapados en una fotografía que nadie más puede ver. Están preocupados, enojados y tristes. Andan por la ciudad como pagándole una condena a la desolación. No lo sé, quizá simplemente decidieron no luchar contra el abandono y han decidido cargar a cuestas con los fantasmas de quienes les rompieron el corazón.

domingo, 10 de enero de 2010

Sugerencias?

Pasaron los meses como se pasa una borrachera divertida, parece que no acaba nunca, parece que en cualquier momento se acaba, parece que queremos quedarnos allí siempre, parece que ya fue suficiente, parece que es hora de irse, parece, parece…
Se acabaron los exámenes. Los pasé con distinción. Soy una alumna distinguida. El 26 de noviembre, cuando me dieron los resultados de mi evaluación celebré a lo canadiense (una botella de vino y una cena elegante, brinquitos moderados, felicitaciones cordiales) y llegando a casa lloré a la mexicana (mucha emoción, muchas lágrimas, mucha música, muchas cervezas, muchas ganas de abrazarme de alguien y luego entonces tristeza por no tener con quien abrazarme y luego canciones alegres y luego me dije con mucho cariño que estoy muy orgullosa de mi y que yo me abrazo todo lo que me tenga que abrazar y luego me conformé con mis propios abrazos)
Estuve en la Ciudad de México por navidades. La vida se les cambió a muchos de mis amigos hacia el final del año, se les cambió para siempre, se les cambiaron las certezas. Y yo que no pude hacer otra cosa más que escuchar y no opinar y querer. Quererlos como la primera vez que los quise.
No sólo a los amigos les cambia la vida, también a los fantasmas. Godzilla encontró a alguien. Y bueno, él siempre tiene a alguien. Lo raro es que esta es la primera ocasión que hace pactos de fidelidad. Es la primera vez que se va a ir a vivir con alguien. Y me pareció increíble su elección, me pareció detestable. Me dio un dolorcito. Me rompió el corazón de un coletazo. No tanto por su ausencia como por mi soledad. Envidia que le dicen.
Regresé a Toronto con la firme decisión de ser buena (lo que sea que eso signifique) y decidida a no dejarme apabullar por la soledad (amorosa, que de amigos todo en orden). Chonita me dijo, pero Copo, debes salir a la calle, el amor no va a tocar a tu puerta. Horas más tarde su consejo me pareció acertado y ciertísimo. El amor no toca a mi puerta. Pero un amante de ocasión si lo hizo. Y lo dejé pasar.
No me quiero aprender su apellido y me niego a llamarlo por su nombre. Sólo le digo Argentino. Debo pensar en algo mejor. Sugerencias? Es amigo de mi amiga Portales, se conocieron hace muchos años en Montreal y sólo hemos coincidido un par de ocasiones en año y medio. Las dos veces se metió debajo de mis sábanas. Tiene los ojos azulísimos, la sonrisa de quien sabe que está haciendo algo mal y lo disfruta, es alto (lo cual me queda perfecto porque su corazón está muy lejos de mi alcance. Uno no se debe enamorar de los ángeles de cama). Tiene ese acento que fulmina (yo tendría amantes de todas las nacionalidades sólo por el acento) es gentil, muy divertido, se va a Japón de fiesta como quien va a la esquina a comprar sal, parece que te puede guardar todos los secretos porque no piensa guardarte en la memoria, tiene las manos grandes, la espalda ancha, la disposición de llegar a las dos de la madrugada, la gentileza de levantarse sin besarte, sin prometer, sin desayunar, sin quedar de llamarte. Quizá pasen otros ocho meses de aquí a que lo vuelvo a ver. Nunca he tenido un amante de ocasión y quizá si se enterara que es el único hombre que me ha desnudado en dos años se iría en el primer vuelo de regreso a Buenos Aires. Así que será mejor no llamarle. Ojalá no tarde en aparecer por msn y entonces le vuelvo a abrir la puerta, las botellas de alcohol, los brazos y las piernas. No lo buscaré, pero en cuanto él lo haga me encontrará (si vuelve a aparecer, claro, tampoco hay que ponerse tan optimistas) esta vez no le pondré pretextos como lo hice el año pasado. Total, que tire magia, música argentina, lecciones de lunfardo y vino por todo el departamento, no pasa nada, aquí nadie quiere enamorarse del otro. No sería capaz de hacerle algo así a un hombre tan simpático. Y menos ahora que estoy empeñada en ser buena.