domingo, 26 de abril de 2009

La semana de los 31

I
La semana de los 31 comenzará el lunes. El próximo jueves me recibirá un año nuevo. Estoy contenta. Las celebraciones comenzaron el miércoles pasado en el maravilloso departamento del maravilloso Tom, con su maravillosa vista de Toronto desde un piso 14 en Alexander Street, con sus maravillosos platillos italianos, con la maravillosa compañía de Karlee y Funke. Fue una noche deliciosa. Además de la cena me regalaron unos aretes que brillan a la menor provocación y una tarjeta llena de palabras dulces. Celebramos el cumple de tres de nosotros. Matamos tres pájaros de un brindis.
II
No hay felicidad completa. Y es que ahora tengo el corazón pequeñito porque mi país está enfermo de influenza y mi ciudad tiene miedo. Quién lo dijera, siglos sin detenerse y ahora está paralizada por esa diminuta cepa que tiene a todos con el alma en un hilo. Todos mis pensamientos positivos están allá, quiero que todo pase pronto y bien, que se vaya el miedo al peligro de lo desconocido. Y es que esa ciudad es como una enorme caja de (in?)seguridad que tiene guardados mis recuerdos, casi 30 años de mi vida, a mi familia, a mis amigos, mi corazón. Estoy preocupada por todos, por mis heroínas, mis villanos, mis protagonistas, mis brujas, mis hombres de ensueño. Quiero que todos estén bien. Que regresen al caos de siempre, que al final es el que nos hace felices, el que nos hace chilangos.
III
Salí a tirar una caja y unas botellas, vacías de cerveza y llenas de recuerdos. Ya no tenían razón de ser ni en mi cocina ni en mi mente, ya no eran de vidrio, eran de estorbo. De regreso a casa me topé con un sobre verde en el buzón, reconocí la letra de inmediato y, a pesar de la ansiedad, me cuidé de no romperle el alita derecha a la mariposa azul con plata que hizo el papel de guardiana de la carta. Se me salieron las lágrimas de emoción. Hace un rato que no lloraba por nada, qué bueno hacerlo de gusto. Y cómo evitarlo? Una Mariposa Tecknicolor voló hasta Toronto para darme un abrazo de palabras. Me regresé a casa colgada de mi tarjeta, del sentimiento y de la tinta de la Mariposa que era como la de la canción de Julio Jaramillo: tinta sangre del corazón.

martes, 14 de abril de 2009

La venus vestida

Si hay algo que los historiadores sabemos muy bien es que no se puede volver al pasado para cambiarlo. Podemos buscar pistas, hacer una fotografía de él, analizarlo, desmembrarlo, tratar de reconstruirlo y pensarlo todo el tiempo. Pero no lo podemos arreglar.
Paris Bale apareció frente a mis ojos el jueves pasado con la sonrisa perfecta, que lo hace a él aun más perfecto, y la camisa roja que le queda tan bien. Nos abrazamos porque no nos habíamos visto desde principios de enero. Me gusta su voz. Esa misma con la que me dijo que por la noche varios del programa iban a estar en un bar sobre Bloor Street. Como yo iba camino a la biblioteca Robarts me despedí rápido con la promesa de que los alcanzaría para brindar por el éxito de Christine, su Christine, en esa pesadilla académica a la que me enfrentare en noviembre: los Comprehensive Exams.
Estuve en el piso 11 de la biblioteca debatiéndome entre ir o no. Tenía un libro de cuentos de Roberto Bolaño entre las manos y una vista privilegiada de Toronto frente a mis ojos. Era un día claro, se podían ver los lagos y parecía que la ciudad no tocaba nunca al horizonte. Me puse de buenas y también me puse en camino. A las 8.30 llegué a la dirección que Paris había apuntado en mi libreta con su mano izquierda, la misma a la que me aferré horas después.
Estuvimos en el bar hablando ya no me acuerdo de que. Estuvimos rodeados de gente que me saluda con afecto y de otros que me ignoran sin ningún cargo de conciencia. Yo hago lo mismo con ellos. Christine se fue y después de ella comenzaron todos a desprenderse de sus bancos. Igual que el resto me dispuse a partir. Paris me detuvo con su voz: Ya es tarde, no tienes que irte hasta York. En mi casa tengo un colchón extra que puedes usar, no te preocupes.
Qué bien, muchas gracias, acepto. Y me tomé otras cervezas.
Cerca de las dos de la madrugada estábamos en la esquina de su casa y terminó la jugada: la verdad es que no tengo un colchón extra, pero mi cama es muy grande, espero que no te importe. No, no me importa, está bien, contesté. Mientras tanto, las tripas se me iban a los pies y mi mente regresaba a un pensamiento que en la mañana me pareció intrascendente: Caray, me dije a mí misma antes de bañarme, estas piernas son una desgracia, debo consentirme más, ando por la vida ocultando tras el pantalón al eslabón perdido de Darwin. Pero no hice nada al respecto.
En efecto, su cama era grande. Se quitó la camisa y el pantalón. Salvo los tenis y los calcetines yo no me quite nada más, ni la blusa, ni la playera, ni la idea de que debí pasarme el rastrillo, caramba que no lleva tanto tiempo, ni la idea de que habíamos estado tomando cervezas con Christine y yo no me quería meter en triángulos amorosos de los que luego no se puede salir. Take your clothes off me dijo con la misma voz que me encanta mientras se metía en la cama. Pero yo me volví de mármol. Me metí debajo de las sábanas como si yo fuera la Venus de Milo vestida. Así, tiesa y sin brazos me quedé cuando él me tomo entre los suyos y me dijo que le gustaba como olía mi cabello. Yo sentí su cuerpo pegado al mío, lo sentí como un golpe, desde los pies hasta la cabeza, me convertí en un zigzag y luego otra vez en la Venus vestida y sin depilar. Me quede quieta y le tomé la mano. El comprendió que no iba a pasar nada más, se volteo despacito y yo lo abracé como quien quiere aferrarse al hubiera. Le dejé un beso invisible en la espalda, como si mis labios fueran de espuma…apenas lo toque. Luego nos dormimos, o fingimos que dormimos o no nos importó.
Despertamos, cada uno perfectamente bien ubicado en su extremo de la cama, lejos. Me pareció que el rayito de sol que entraba por su ventana se estaba burlando de mis prejuicios y de mi cobardía. Nos fuimos a desayunar y me habló de Christine, me dijo que ya no estaba con ella, que había sido una relación muy dolorosa. Que no la olvida, pero que ya no funciona, que ahora está en una relación abierta, que…no sé qué más. Me acompaño hasta el metro y me dijo que viene a la universidad todos los jueves, que quizá luego podríamos vernos o hacer algo. Le dije si, hasta luego o algo así. Y lo abracé como quien abraza a la luz.
Esta mañana me encontré, debajo de mis bolsas, la blusa a rayas que traía puesta esa noche. Olía a madera, a tabaco envuelto en papel arroz, a su espalda, a él. Me dieron ganas de tenerlo cerca de nuevo, de retroceder el tiempo, de cambiar los recuerdos, de volverlo a ver. Ya se me pasará, espero. Carajo! con lo que me molesta la frase ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir.

martes, 7 de abril de 2009

Mis palabras viajarían siempre de noche

El inicio de abril me sorprendió con nieve que no deja de caer y con temperaturas que han decidido pasarse al bando de los grados menos cero. Al semestre le quedan solo cuarenta y cinco días y tengo los nervios acumulados en la espalda, especialmente a la altura de los hombros…que ganas de que junio me devuelva los fines de semana y la tranquilidad aunque sea por un rato. A veces la fe se me escapa de paseo a Downtown, pero yo me la traigo de vuelta a como dé lugar. Ando de un positivo irreconocible.
Esta mañana me mire al espejo y me dio por pensar en la decisión que no tomé. Hace quince años, en la etapa crucial de las decisiones profesionales vivía con papá. A él, como a mucha gente, las humanidades le parecían “entretenidas” pero creía, firmemente, que no había un camino más corto para el fracaso y para “morir de hambre”. Por fortuna, después de pasar toda la vocacional en la especialidad de físico-matemáticas y dos semestres en ingeniería biomédica por fin tomé valor y me decidí por la historia. Siempre me agradeceré esa tardía pero crucial jugada. Mis hermanas no lo hicieron y su futuro es completamente diferente al que imaginaron, estoy segura.
Siempre amé a la historia y lo sigo haciendo. Pero entre los 11 y los trece años, su fuerte rival era la locución radiofónica. Pasaba horas enteras soñando con mi voz saliendo del estéreo de los autos y de las grabadoras. Siempre de noche, mis palabras viajarían siempre de noche. Entre las luces de la ciudad (porque mi cabina de transmisión era de cristal, altísima y se podía ver todo el valle de México) había gente que sonreía conmigo, que apretaba un botón solo para que tuviéramos una cita, que me dejaba ser parte del final de su día, que se preguntaba cómo era mi cara.
Recuerdo perfectamente que en las dedicatorias de despedida de la secundaria, juré a muchos de mis compañeros que un día escucharían mi voz en el lugar menos esperado, antes o después de una canción. A papá le pareció una pésima idea y me dijo en un tono que más bien parecía un grito que no servía de nada tener una licencia de locución, que escogiera algo útil como la ingeniería. Por eso estudie en la vocacional número 7. Me puse muy triste y grabé un ensayo de programa en un cassete… no me gustó lo que escuché. A partir de ese momento me convencí de que mi voz no era “radiable” y abandoné esa idea. Hoy día no me siento a gusto con la voz que tengo. Me han dicho que es nasal, que grito…en fin, quizá fue una buena idea después de todo. Es sólo que esta mañana me acordé de mi cabina de cristal y me dio por preguntarme si en verdad lo hubiera logrado, si hubiera tenido éxito, si hubiera sido feliz en esa realidad alterna.